Es grato recordar a don Vicente paseando con su hijo y verlo saludar a todo el mundo y todos a él con agrado y respeto porque él lo merecía. Su bonhomía era conocida y su trabajo fue muy valorado, así como su vida familiar que dio al mundo cuatro hijos varones que eran su orgullo. Lamento haberlo conocido muy poco, solamente hablé dos veces con él, pero me gustaba verlo pasear con su hijo Jesús Juan porque ya estaba jubilado.
Había nacido en Puerto de Mazarrón el 5 de enero de 1913, hijo de un padre panadero y con siete hermanos más aunque su familia se trasladó a Totana donde desde los once años trabajó en la panadería de su padre hasta que a los catorce años se inscribió en la Marina y a los diecinueve fue llamado al Servicio Militar sirviendo en un torpedero y en un submarino hasta ingresar en la escuela de buzos, pensando en un futuro trabajo dado que era un hombre inquieto y quería mejorar su formación, algo que fue una constante en su vida.
Llegó la guerra incivil y Cartagena quedó en la zona republicana siendo tripulante de un cañonero en el que fue llevado a la zona del Estrecho de Gibraltar para intentar hundir barcos de los insurrectos, siendo bombardeados en más de una ocasión aunque salieron indemnes. Recibieron órdenes de regresar a su base y volvió a salir pero esta vez en el submarino B-6 cargado de munición con destino a Bilbao.
Cuando casi estaban llegando a su destino un fuerte temporal les obligó a maniobras peligrosas pero pudieron salvarlo, pero casi llegando a Bilbao fueron descubiertos por tres barcos del bando nacional situados en ángulo que los esperaban, el Galicia, el Velasco y el Cicinia, siendo cañoneados hasta obligarlos a salir a flote donde un cañonazo en la línea de flotación rompió la conducción de gasoil quedando a la deriva, pero a pesar de esta situación, un artillero que era de El Paretón disparó una andanada dejando gravemente tocado uno de ellos, pero tuvieron que rendirse ante la situación estática y los dos enemigos firmes en su propósito,
Ante el inminente hundimiento del submarino, los hombres se tiraron al agua, pereciendo algunos que no sabían nadar y siendo recogidos por el Velasco que los hizo prisioneros. Antes de entregarse Vicente se desprendió de todos los documentos que podían comprometerlo y guardó una imagen de Santa Eulalia, llegando a El Ferrol donde fueron entregados a las autoridades militares y fueron ingresados en la prisión de La Escollera. Fueron procesados por sedición en la Escuela de Maquinistas el 14 de octubre de 1936 pidiendo para él pena de muerte o cadena perpetua, siendo condenado a esta última pena.
En aquellos convulsos tiempos, cuando Vicente veía llegar un barco se temía lo peor porque ya había ocurrido alguna vez que tripulaciones enfurecidas dieran cuenta de la vida de algunos presos, pero pasados unos días fueron de nuevo convocados al mismo lugar donde les comunicaron que había sido conmutada su pena por la de 30 años de encarcelamiento, si bien luego se quedó en cuatro años y medio. En este periodo hizo trabajos de encuadernación y pequeñas tallas de madera que le proporcionaron algunos ingresos.
En 1942 regresó tras cumplir su pena a Totana donde aún tuvo que soportar alguna puya de falangistas integristas a los que simplemente ignoró, contrayendo matrimonio con María Jesús Carlos Alcon en 1946, fabricándose sus propios muebles gracias a las habilidades adquiridas en carpintería en la Escuela de Buzos, teniendo como fruto sus cuatro hijos: José, Ginés, Vicente y Jesús Juan.
Ante la situación de escasez de trabajo en el negocio paterno se hizo agente comercial teniendo buenas representaciones que le permitieron una vida de trabajo y una cierta holgura económica. Tras su jubilación dedicó muchas horas a la lectura que era su gran afición y la que le había dado un buen poso cultural.
Era un hombre interesante porque tenía gran curiosidad y además siempre fue consciente de que los documentos era importante guardarlos, razón por la cual era poseedor de las resoluciones que en la guerra civil se tomaron contra él por ser tripulante de un submarino que apresaron las fuerzas llamadas nacionales.
Y un día, don Vicente se marchó en paz siendo respetado por todos y dejando unos hijos que son muestra de la honestidad que de él adquirieron.
Juan Ruiz García